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El asesinato de Jaime Garzón
y la esclavitud de la pereza.

 

Arturo Hernandez                                                                                        17 / 11 / 2015

Aun cuando el asesinato de Jaime Garzón fue desestimado como uno de lesa-humanidad en Junio pasado, no se han visto avances posteriores sobre el caso y esto, viene a sumarse tristemente al largo proceso que desde la muerte del humorista en 1999, ha tomado toda suerte de rumbos oscuros. A la fecha, solo ha sido condenado el jefe paramilitar Carlos Castaño; quien convenientemente está muerto. A esto cabe añadir que salvo una investigación contra el Coronel Jorge Eliecer Plazas Acevedo, el proceso avanza tortuosamente despacio, lleno de pereza y sin un rumbo consciente o lo que es lo mismo hacia la impunidad.

 

     A este respecto recuerdo que Bowra (1933), autor de Historia de la Literatura Griega nos cuenta en su obra que “los atenienses se complacían en que se hicieran burlas a expensas suyas, y toleraban de buen humor cualquier censura de sus costumbres y su política”. Y para hacer más claro el asunto añade que “los comediantes podían imitar a los hombres públicos sin que se los persiguiera ante los jueces por falta de respeto o difamación”.

 

     Ciertamente se trata de un panorama inimaginable para nosotros; ciudadanos del mundo. Y al pensar en las censuras y en los castigos que han sido capaces de obrar los gobiernos de los últimos cincuenta años; la sola idea de una libertad critica de pensamiento público, nos resulta una plausible utopía.

 

     Si bien es cierto que Aristófanes fue multado por Cleón a causa de una de sus intervenciones durante la visita a Atenas de unos extranjeros aliados en la guerra y esto debido a la ruda e inconveniente representación que realizó el poeta; no nos menciona Bowra, el acaecimiento de una tortura despiadada o de la pena de muerte.

 

     Más aún, señala que Aristófanes “(…) presentaba a sus adversarios políticos en las posturas más risibles e insertaba en sus obras verdaderas peroraciones de sana doctrina”. Y a modo de vaga conclusión explica “esto habla mucho en pro de la democracia ateniense, el hecho de que se le permitiera todo esto en plena época de guerra (…)”.

 

     Ahora bien, se preguntará el lector qué objetivo persigue este devaneo en medio de nuestro pequeño mundo perfecto. Yo respondería preguntando: -¿Qué ha pasado con el caso de Jaime Garzón?… ¿No fue este humorista quien a través del personaje de un humilde lustra-botas (en época de guerra interna), buscó con ahínco la verdad tras las costumbres y la política?- porqué como él hubiera dicho “este país se escandaliza porque uno dice hijueputa en televisión, pero no se escandaliza cuando hay niños limpiando vidrios y pidiendo limosna, eso si no… eso es folklore”.

 

     Un hombre que a los treinta y ocho años había logrado ya conmover el duro rostro del país y hacerlo mostrar una sonrisa; por fin humana y sincera, un hombre que nos enseñó (o nos recordó quizá), que es posible presentar a los adversarios políticos y sociales de la justicia en las posturas más risibles y al mismo tiempo perpetrar una pedagogía del amor marca colombiana; porqué parte del problema educativo en el país ha sido siempre la extrapolación de modelos extranjeros a nuestro contexto complejo e íntimo, pero el humanismo de Garzón nos dice la verdad a la cara y nos mira con ternura mientras nos señala nuestros errores.

 

     Garzón fue asesinado en 1999 y ha sido poco el avance que ha tenido el esclarecimiento del crimen. Me pregunto ahora y por casualidad, sí el caso de Aristófanes en Atenas habla en pro de la democracia ¿Cómo habla este magnicidio de la democracia colombiana?

 

     En realidad, podría decirse que la ruina democrática del país es solo un rumor lejano de una democracia auténtica que murió hace siglos, y que cualquier inconformidad que tengamos respecto a este modelo político, es solo un eco de Platón; el primer descreído. Sin embargo, el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa ha sido enfático al recordarnos que aunque no es lo mejor, es lo mejor que tenemos y debemos luchar por hacernos mejores seres humanos, a la esperanza de que esto genere una mejor democracia.

 

     No se trata entonces de criticar la democracia colombiana, sino de reflexionar un poco sobre el papel de ésta en las diferentes realidades que nos hermanan a todos. La noción del crimen es compartida (tristemente) por el pueblo que se limita a observar con desconsuelo las intrincadas dinámicas políticas de las que no se hace participe y de las que únicamente pretende beneficiarse.

 

     El caso de Jaime Garzón puede equipararse a cualquier periodista asesinado en México por denunciar los crímenes de las mafias o a los opositores encarcelados y torturados de los gobiernos autocráticos que en este continente siguen destruyendo la vida económica de los ciudadanos con el respaldo de una ruina política que –no lejana de la nuestra-, pretende cifrarse bajo otro nombre.

 

     La total negligencia gubernamental (no solo la colombiana), es la continuación de este drama profundo. Parece ser que la herencia española a los países latinoamericanos, no está relegada únicamente al lenguaje. Si fuese cierto que; como lo indica cierto escritor español contemporáneo, también hemos heredado falencias a través de la conquista y el periodo colonial, podemos señalar como máxime de este legado, la pereza.

 

     No se trata sin embargo, de culpar negativamente a España de nuestra propia negligencia o de nuestro actuar irresoluto. Se trata de identificar la posibilidad sustantiva; de nuestra incapacidad de evolución social, dado que estamos terriblemente contaminados por los elementos nocivos del siglo XIX.

 

     El machismo no ha sido erradicado completamente y mucho menos la franca pleitesía que el pueblo le rinde a los servidores públicos. No obstante, la pereza que heredamos es la misma que señala Mariano José de Larra en 1835 en su artículo de costumbres Vuelva Usted Mañana. En esta obra sucinta y mordaz, Larra nos retrata a través de una narrativa impresionante, la negligencia de los españoles de su época, en sus tratos con un francés que pretende invertir su capital en una empresa ideal.

 

     La pereza de los tristes saurios políticos y gubernamentales del país, se reproduce en la poca consciencia política y social de los ciudadanos. De suerte que, tenemos hoy un sistema de salud negligente que colapsa frecuentemente, un sistema educativo con miras en horizontes lejanos entre la bruma europeista del desarrollo y el futuro. En este país tenemos crímenes de lesa-humanidad sin resolver y casos como el Jaime Garzón que ante la negligencia mancomún y el embate doloroso de los días, parece confundirse con una de tantas crueldades sabidas de memoria, que Colombia observa impávida e inerte.

 

     Sin derecho a mover un dedo o a alzar su grito, porqué permanece esclava de la más impúdica pereza; la pereza de hacer justicia.

 

 

Bogotà D.C, 2015

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